Fui testigo de la caída de Tenochtitlán, lo que me llevó a convertirme en historiadora. Dominaba el náhuatl y el castellano a la perfección, tanto en sus escrituras fonética como pictográfica, lo que me hizo una intérprete excepcional. Aunque mi tema favorito fue la historia, fui muy versada en todos los ramos del saber humano de la época. Gracias a mi influencia y a la ayuda que presté a otras personas estudiosas, la historia de mi pueblo y sus conocimientos, incluidos los del mundo natural, no se perdieron por completo.
Mi padre fue Alfonso de Axayacatl Ixhuetzcatocatzin, el "del rostro sonriente", gobernador de Iztapalapa, hijo del tlatoani Cuitláhuac de Tenochtitlan y mi madre fue Juana María de Alvarado. La familia de mi abuela Beatriz Papatzin estaba relacionada al gran gobernante acolhua Nezahualcoyotl de Texcoco. Mi abuelo Cuitláhuac se convirtió en tlatoani por 80 días después de la muerte de su hermano el huey tlatoani Moctezuma II (1467-1520), pero murió contagiado del virus de la viruela, traído de Europa por los españoles.
Fui la segunda de cuatro hermanos, Magdalena, Petronila, Alonso y yo. Me bautizaron como María Bartola, aunque también se me conoce como Bárbara Pimentel. Mi vida y la de mi familia se vieron marcadas por la caída del imperio Mexica a manos de los españoles. Como hijo del emperador, mi padre fue el dueño de los archivos reales durante su breve reinado, y fue él quien tuvo la iniciativa de reunir los códices que narraban la historia de la ciudad. Durante mi infancia, fui testigo de la caída de la gran Tenochtitlan; en mi vida adulta, me convertí en gobernadora de Iztapalapa. Como resultado de mi formación y por ser testigo de tiempos extraordinarios, me convertí yo misma en historiadora.
Además de mi lengua materna el náhuatl, desde muy joven comencé a dominar el castellano a la perfección. No solo podía hablar ambos idiomas, también me enseñé a leer y escribir, tanto de forma fonética como ideográfica. Esta habilidad era muy apreciada, ya que la mayor parte de la sociedad de ambas culturas era analfabeta. Esto me permitió mantener la historia de mi pueblo en un momento en que la vorágine de la Conquista estaba por borrarla. Mis conocimientos se volvieron tan buenos, que se me consultaba con frecuencia para interpretar códices e inscripciones antiguas. Incluso, fui llamada “la musa india”. Tristemente, mis obras se han perdido, pero mi conocimiento no fue en vano, pues ayudé al historiador Fernando de Alva Ixtlilxochitl al permitirle consultar las historias pictográficas de los toltecas, chichimecas y mexicas, que yo guardé.
Aunque mi tema favorito fue la historia, una vez armada con la capacidad de leer, me dediqué a estudiar cualquier libro que pudiera encontrar, lo que me hizo muy versada en todos los ramos del saber humano de la época. Mi conocimiento logró ser tal, que mi fama se extendía cien leguas a la redonda y perduró por siglos. El mundo natural seguramente no escapó a mis estudios, porque los códices y mi idioma no podían traducirse al castellano así nada más: a veces no había palabras en castellano para nombrar las cosas de aquí, porque en la tierra al otro lado del océano no existían las plantas y animales con las que yo crecí. El axolotl, por ejemplo, uno de los animales más preciados por mi pueblo por la calidad de su carne y sus propiedades curativas, resultaba una criatura completamente nueva y misteriosa para los recién llegados. De manera similar, yo conocía los nombres de las plantas de esta tierra y sus usos, por ejemplo para elaborar textiles y tintes, que fueron muy apreciados en la elaboración de prendas y códices.
Fui guardiana de la historia de los toltecas, que guardé con gran amor y recelo, pues solo dejé que mis archivos fueran consultados por quienes ayudarían a poner por escrito la historia de mi pueblo. También, gracias al contacto que siempre mantuve con la población y a mi propia vida como testigo de los acontecimientos de esos años, escribí la Historia de la conquista y entrada de los españoles a la Ciudad de México, que posiblemente fue la mejor crónica de lo ocurrido. Sin embargo, dada la barbarie de la época mis trabajos se perdieron.
Ningún escrito dice cómo y cuándo fallecí. Pero sé que gracias a mi influencia y a la ayuda que presté a otras personas estudiosas, la historia de mi pueblo y sus conocimientos, incluidos los del mundo natural, no desaparecieron por completo.
Gracias a Beatriz Ramírez González, cronista de Iztapalapa y del Dr. Alonso Zamora Corona
Códice Florentino
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