Soy una de las muchas curanderas y parteras de los pueblos de la región que ahora llaman Mesoamérica. Nosotras conocemos mejor que nadie las hierbas, las raíces, los árboles, los hongos y las piedras que sirven para curar. Nuestro conocimiento del mundo natural es milenario. Inició cuando Oxomoco, la primera mujer y patrona legendaria de las curanderas y adivinas, inventó la medicina. Desde entonces nosotras hemos mantenido ese conocimiento a través de las generaciones. No está escrito, pero es nuestro.
Mi nombre es Yohualxochitl, que significa “flor de la noche” en náhuatl, mi lengua materna. Soy una de las muchas curanderas y parteras de los pueblos de la región que ahora llaman Mesoamérica. Nací a inicios del siglo XVI, pero muchas mujeres me precedieron y muchas más me siguieron, como María Sabina, y hoy en día otras miles de mujeres curanderas. Es posible imaginar que fui una de las curanderas que Fray Bernardino de Sahagún menciona en la “Historia General de las Cosas de la Nueva España”, cuando describe el conocimiento médico que tenían los pueblos originarios de la que llamó la Nueva España.
Nosotras conocemos mejor que nadie las hierbas, las raíces, los árboles, los hongos y las piedras que sirven para curar. Salimos a recolectarlas a los bosques, selvas o desiertos, según sea nuestro lugar de origen. Sabemos en qué época crecen, cuándo es que abren los botones de las flores y salen los hongos en los troncos. Sabemos dónde buscarlas y cómo distinguirlas entre otra infinidad de hierbas parecidas. A otras plantas las dejamos crecer en las milpas, las respetamos cuando hacemos el deshierbe, pues sabemos que una buena milpa no es solo fuente de alimento. A unas más incluso las llevamos a nuestros traspatios, para tenerlas a la mano y poderlas procurar. Como no todo se da a lo largo del año, también aprendimos a secar las plantas y los hongos, a preparar los tejidos de los animales, para que duren más y así poder tenerlos disponibles cuando sea necesidad.
Utilizamos pociones, hacemos medicinas, damos masajes y frotadas, cubrimos al cuerpo con cenizas. Nuestro conocimiento del mundo natural es vasto. No sólo sabemos identificar las diferentes variedades de seres vivos, sino que sabemos transformarlas en ingredientes para restaurar la salud, para relajar al cuerpo y hacer que vuelva a sentirse bien. Podemos acomodar huesos, poner vendajes e inmovilizar extremidades, sabemos cuándo y cómo cortar crecimientos malignos en los ojos o cualquier otra parte del cuerpo, sabemos cómo punzar con un escalpelo de obsidiana u hoy en día con herramientas de metal. Sabemos preparar brebajes para curar malestares del estómago o de los pulmones, e incluso para abortar un embarazo no deseado. Pero también somos quienes saben preparar los ungüentos, las medicinas y los rituales para el parto, para que la mujer pueda traer nueva vida.
Somos mujeres con experiencia, en quien la gente confía y busca nuestras habilidades profesionales y consejos. Porque también somos adivinas, conocemos el uso ceremonial de plantas, animales y hongos. Sabemos cómo hablar con los dioses, cómo entender las señales de un mundo que la mayoría de la gente no puede ver.
A mi todo esto me lo enseñó mi abuela, que también fue curandera y ayudó a mi madre al momento de parirme. Ella trajo al mundo al resto de los bebés de mi edad y de otras generaciones, pero dice que cuando yo nací supo que mi destino sería aprender lo que ella tenía que enseñarme. Se lo dijo su nahual esa noche. Por eso me tomó como su aprendiz desde que era yo muy niña. Me llevaba con ella al campo, me hacía tocar y oler las plantas para distinguirlas. Me dio a probar los hongos que ninguna otra persona de mi edad podría probar, por ser sagrados. Así fui aprendiendo, poco a poco, a lo largo de muchos años, todo lo que ella sabía, hasta que me tocó a mí dirigir una ceremonia bajo su mirada atenta, y luego otra y otra. Por eso cuando ella murió se fue tranquila, porque ya había dejado en mí todo lo que ella sabía, ya perdurarían los saberes que hacía tanto tiempo le había encomendado otra mujer sabia.
Nuestro conocimiento es milenario. Inició cuando Oxomoco, patrona legendaria de las curanderas y adivinas, inventó la medicina. Es difícil determinar cuándo en el tiempo ocurrió esto, pero desde entonces nosotras hemos mantenido ese conocimiento a través de las generaciones. No está escrito, pero es nuestro.
Gracias a la contribución del Dr. Alonso Zamora Corona
Códice Florentino Libro X, capítulo XIV
Oxomoco y Cipactónal, dioses creadores del calendario.